La libertad y la justicia en la mayoría de casos pelean entre sí para determinar quien se impone en el duro combate de la seguridad. Por supuesto que nosotros queremos un mundo “seguro” o por lo menos queremos salir a la calle sin ningún temor. El problema surge cuando a cambio de esa seguridad tenemos que donar una porción de libertad. Siempre ha sido así, el problema es que estamos en la era de la información y la tecnología y muchos organismos pueden controlar nuestra información a través de una simple pantalla de ordenador. Podemos hablar de intromisión en nuestros datos, pero y en nuestra imagen, nuestro día a día está marcado por la vigilancia de pequeñas cámaras que pasan desapercibidas, cuando pasamos por el metro, vamos al banco, compramos en el supermercado… Un sinfín de imágenes que unidas podrían formar una idea clara y definida de nuestra vida diaria. Así pues estamos en un contrasentido, por ejemplo si nos roban en el tren pediremos que se visualicen las imágenes para intentar dar con el ladrón, eso nos beneficia pero debemos preguntarnos si nos compensa a cambio de nuestra privacidad.
Londres es por excelencia la ciudad de cristal, 10.524 ojos electrónicos vigilan cada movimiento de los ciudadanos en la calle, además hay 500.000 cámaras en lugares privados. La fórmula del gobierno de la ciudad ha surgido efecto, la colocación en el barrio de Hackney de 1484 cámaras ha reducido el índice de criminalidad un 25.9 %. Este claro ejemplo nos da a entender que el método puede funcionar para aumentar la seguridad de los ciudadanos. ¿Pero quién vigila a los vigilantes? En la mayoría de los casos podríamos confiar en los funcionarios y vigilantes de seguridad, pero quién nos asegura que no hay alguien entre ellos que usa las imágenes en beneficio propio o con ánimo de hacer daño.
Está claro que la seguridad y la justicia basculan entre sí, y con las tendencias que se están aplicando últimamente parece que empieza a pesar más la seguridad que la justicia. Pienso que deberíamos plantearnos la situación y decidir, porque justamente al nivel que avanza la tecnología y la capacidad para controlar información podemos llegar a perder nuestro espacio privado y eso en ningún caso sería bueno para nuestra sociedad y para nuestra capacidad de relacionarnos en libertad.
Londres es por excelencia la ciudad de cristal, 10.524 ojos electrónicos vigilan cada movimiento de los ciudadanos en la calle, además hay 500.000 cámaras en lugares privados. La fórmula del gobierno de la ciudad ha surgido efecto, la colocación en el barrio de Hackney de 1484 cámaras ha reducido el índice de criminalidad un 25.9 %. Este claro ejemplo nos da a entender que el método puede funcionar para aumentar la seguridad de los ciudadanos. ¿Pero quién vigila a los vigilantes? En la mayoría de los casos podríamos confiar en los funcionarios y vigilantes de seguridad, pero quién nos asegura que no hay alguien entre ellos que usa las imágenes en beneficio propio o con ánimo de hacer daño.
Está claro que la seguridad y la justicia basculan entre sí, y con las tendencias que se están aplicando últimamente parece que empieza a pesar más la seguridad que la justicia. Pienso que deberíamos plantearnos la situación y decidir, porque justamente al nivel que avanza la tecnología y la capacidad para controlar información podemos llegar a perder nuestro espacio privado y eso en ningún caso sería bueno para nuestra sociedad y para nuestra capacidad de relacionarnos en libertad.
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